40 años en el desierto II
Quien esto escribe, nació a la vida cristiana en una antigua comunidad bautista, lugar donde también recibió su bautismo. Permanecí poco tiempo allí. Un día, fastidiado por situaciones que mis jóvenes y muy inexpertos 19 años de edad recién cumplidos no me permitían comprender, pegué un portazo y me fui en pos de otros rumbos.
La cosa es que durante los últimos 31 años, mi vida ha sido más y más de lo mismo. Ir de comunidad en comunidad, de iglesia en iglesia; sin poder echar raíces en ningún sitio, como quien va caminando en círculos en el desierto. Es más; algunas de esas comunidades, muy lejos de ser oasis, fueron parte del mismo desierto.
El pueblo de Israel estuvo a pocos días de camino de su Tierra Prometida, sin embargo 40 años les llevó poder ingresar a ella por causa de su terquedad, altivez, desobediencia, soberbia e idolatría. En honor a la verdad, no tengo nada de qué escandalizarme del pueblo escogido de Dios. Soy bastante parecido a éste y tal vez tenga muchas más cosas en común con él, de las que puedo imaginarme.
¿Quién me mandó, quién me envió fuera de la comunidad que me vio nacer en la familia de Dios? ¡Yo mismo y nadie más que yo mismo! No es nada de extrañarse, por lo tanto que todavía ande “peregrinando” por un desierto sin poder echar raíces en ninguna parte. Hace tan sólo unos pocos días caí en la cuenta de que si bien ha habido algunos aciertos (si estás leyendo estas líneas, ese es uno de esos grandes aciertos), en términos generales he vivido “gobernando”, “organizando”, “disponiendo” de mi vida a entera satisfacción sin consultarle mucho a quien debo consultarle absolutamente todo: a Dios. Eso sí; después de tomar cada decisión, he corrido rápidamente a “solicitar su aprobación”, que es otra cosa bien distinta.
El ejemplo del que hablo es en el ámbito ministerial. Pero en términos generales, muchas veces vivimos así la vida. Disponiendo lo que bien nos parece y luego yendo a Dios para pedirle que apruebe nuestras decisiones, confundiendo esta última actitud con “consulta”. Equivocados sinceros, sin lugar a dudas, pero equivocados al fin. No es de extrañarse, entonces, que a estas horas estemos lamentando algún triste fracaso, que las cosas no vayan bien.
Si amas a Dios, si El es quien dices que es; es decir, el centro de tu vida… antes de tomar una decisión, ¿no te parece que deberías ir primero a solicitar su opinión al respecto?
¡Animo! El no tiene problemas en concederle una nueva oportunidad a un corazón sincero y arrepentido.
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.mensajesdeanimo.com
gracias hermano, muy pero muy conciso pero lleno de sabiduría bendiciones