La piedra removida

La piedra removida

LA PIEDRA REMOVIDA

Y muy de mañana,  el primer día de la semana,  vinieron al sepulcro,  ya salido el sol. Pero decían entre sí:  ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero cuando miraron,  vieron removida la piedra,  que era muy grande.

(Marcos 16:2-4 RV60)

Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando,  no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.

(Lucas 24:2-3 RV60)

“Recibe la misericordia. Vive como una persona perdonada. Este debe haber sido el principio más difícil de todos. Fue difícil porque llegué a la conclusión de que el mayor acusador de la persona de vida quebrantada es la persona misma”. (Gordon Mac Donald).

Uno de los problemas más difíciles de perdón para los seres humanos, tal vez no sea tanto el haber aprendido a perdonar a los otros, cosa que ya de por sí no representa un detalle menor en las interrelaciones personales; sino el aprender a perdonarse a sí mismo.

Hay contingencias de la vida que nos llegan sin permiso, abordan nuestras vidas  abruptamente, sin ser esperadas ni mucho menos invitadas. Pero hay otras que llegan como consecuencia de decisiones mal tomadas, de hábitos de vida no del todo correctos, o a causa de esas “licencias” que muchas veces nos tomamos, creyendo ingenuamente como allá en el Edén, que las consecuencias de nuestras acciones jamás nos van a alcanzar.

Cuando el tiempo de cosecha llega, no sólo el quebranto, la culpa, el dolor, la vergüenza, la amargura, la tristeza, la pérdida, hacen estragos en nuestras vidas. Como si todo esto no fuera suficiente, el Acusador nos recuerda una y otra vez que “esto ya no tiene remedio”, “ya no hay forma de volver atrás”, “Dios ya no quiere saber más nada contigo”.

Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro;  y mientras lloraba,  se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas,  que estaban sentados el uno a la cabecera,  y el otro a los pies,  donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.

(Juan 20:11-12 RV60)

En la Biblia hallamos a María llorando ante el sepulcro de Nuestro Señor (Juan 20:11 y 12); también a Marta, llorando ante la tumba de su hermano Lázaro (Juan 11:33), y a Sara, la esposa de Abraham ¡riéndose! (Génesis 18:12). No importa si muerte o anuncio de vida, unas lloraban, otra reía; pero todas, ante un denominador común: lo imposible. Las tres mujeres habían enterrado en una tumba para siempre lo que más amaban. Una a su hijo, la otra a su hermano; la tercera, ya avanzada en años, sus más caros anhelos y sueños de ser madre.

Hace diez años, llegué a una comunidad absolutamente convencido de que Dios no quería saber más nada conmigo. Quebrantado y ya sin esperanzas, meses me llevó entender que me había encerrado en mi propia tumba y conmigo había enterrado mis más caros sueños. Meses me llevó atreverme a abrir los ojos y ver que la gran piedra ya había sido removida, que en lugar de un frío cadáver en la oscuridad, había dos ángeles luminosos en vestiduras blancas.

 Entre la risa y el llanto hay tan sólo un solo paso. Los mecanismos físicos y psicológicos que movilizan ambas reacciones son bastante parecidos. Es más, hay personas que ante una crisis de risa, inexplicablemente ¡terminan llorando!

Jesús entonces,  al verla llorando,  y a los judíos que la acompañaban,  también llorando,  se estremeció en espíritu y se conmovió,

(Juan 11:33 RV60)

Al propio Jesús lo encontramos llorando profundamente conmovido ante la tumba de Lázaro (Juan 11: 35). No era por Lázaro, a quien tenía el poder de levantar de entre los muertos. Estaba intensamente conmovido ante el dolor de las personas a quienes amaba.

Hoy, esto no es distinto de aquel momento hace dos mil años. No importa lo que hayas hecho en el pasado. Jesús está pronto a reaccionar y responder conmovido ante un corazón contrito y humillado.

Hoy, ante la tumba de tus sueños rotos, de una vida deshecha, Jesús se conmueve ante tus lágrimas.  La piedra ha sido removida. Ya no hay más tumba con poder de poner prisionera tu vida y con ella tus más caros sueños y anhelos.

Enderezándose Jesús,  y no viendo a nadie sino a la mujer,  le dijo:  Mujer,  ¿dónde están los que te acusaban?  ¿Ninguno te condenó? Ella dijo:  Ninguno,  Señor.  Entonces Jesús le dijo:  Ni yo te condeno;  vete,  y no peques más.

(Juan 8:10-11 RV60)

Por: Luis Caccia Guerra

Escritro para www.mensajesdeanimo.com



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