¡Ahora resulta que soy arrogante!
“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mateo 22: 37-39)
Se dice que en un avión, una pasajera llamó a la azafata, para de manera arrogante quejarse de que le han dado un asiento junto a un indígena, y que por lo tanto deseaba ser reubicada a otro sitio.
La azafata ofreció buscar alguna solución al “problema”. Luego de unos minutos regresó diciendo:
-Señora, tal como le había advertido, ya no hay ningún asiento libre dentro de la clase económica; solamente uno disponible, pero en Primera Clase. Ahora bien, no es común permitir a las personas que -como usted y el señor- viajando en clase económica, vayan a ocupar el de Primera Clase, pero, dadas las circunstancias, y considerando que no está bien obligar a nadie a sentarse junto a una persona indeseable, vamos a hacer una excepción por esta vez.
Y manifestando esto, la azafata se dirigió al indígena, diciéndole: “Por favor, señor; tome su equipaje de mano, y sígame; hay un asiento en Primera Clase para usted”.
Querido(a) amigo(a) la arrogancia humana es una actitud que de una u otra forma, atrapa a muchos. Aún se puede observar personas que forman círculos cerrados “exclusivos”, donde no dan cabida a otros individuos; los relegan, y hasta los atacan por múltiples diferencias.
Jesucristo no fue arrogante; no discriminó; por el contrario: predicó, se reunió, consoló, sanó y perdonó a cuántos lo buscaron, sin importar sus diferencias. Cuando buscó discípulos no tomó a los más leídos, precisamente, sino a pescadores, artesanos, gente humilde. Curó al criado de un centurión romano, al siervo de un Sumo Sacerdote, a: ciegos, paralíticos, leprosos y endemoniados. Al hospedarse, no tuvo reparo en ir a la casa de un usurero como Zaqueo; y en materia de perdón, lo hizo con todos, incluida una mujer que la muchedumbre iba ya a ejecutar.
Es momento de que revises -como lo hago yo- si por allí, en algún rinconcito del corazón, te quedan rezagos de esa arrogancia, de esos prejuicios que te llevan a rechazar a otros, quizá por su condición social, económica, racial, cultural o religiosa, y que obstinadamente consideras inferior a la tuya.
¿Cómo tratas a quienes tienen discapacidad física: ciegos, mudos, cojos, parapléjicos?… ¿Calificas de : tontos, retrasados o inválidos ? a quienes ostentan discapacidades cerebrales?… ¿Te avergüenza tener uno de esos casos en tu familia?… ¿Te produciría aversión dialogar con alguien que tenga Sida?…
La Sagrada Escritura nos exhorta a que vivamos en armonía los unos con los otros. “No sean arrogantes sino háganse solidarios con los humildes”, dice en Romanos 12: 16.
Autor: William Brayanes
Escrito para www.mensajesdeanimo.com
Mientras más conocimiento tenemos de las Santas Escrituras; asi debe aumentar nuestra humildad y capacidad de amar y perdonar.