¡Aleluya!
Estos días han sido intensos. Algo bueno se viene, pero no sin terribles batallas y eso me preocupa. Hoy leo con frenesí dos libros al mismo tiempo, mientras el campo de batalla se encuentra en el alma y en la mente. Recuerdo que cuando escribí el artículo “Cuando el alma llora” leí en el término de sólo un mes, unos siete libros más unos cuantos artículos, además de entrevistar a varias personas para aprender e instruirme sobre lo que escribía.
Siempre dije y enseñé que para saber escribir, primero es necesario aprender a leer… ¡y hoy más que nunca lo sostengo! Así es como debe ser. Y cuando digo “leer”, es no sólo deletrear y comprender significado y sentido de las palabras escritas, sino también embarcarse en la aventura de dilucidar y discernir los pensamientos de su autor entre líneas.
Hoy trato de mostrar, definir mi relación de todos los días con nuestro amado Dios. A veces en dulce comunión; otras, distante y ríspida. Esto, en cuanto a lo que de mí depende. Felizmente, El no es así. De eso escribo. De eso se trata mi ministerio. Pero en verdad, no hallo palabras, conceptos, fundamentos, tinta, papel, que puedan describir, definir, la inconmesurable Majestad, Magnificencia, Gracia, Grandeza, Gloria de Dios.
En la torre de Babel Dios confundió como castigo, las lenguas de todos los que estaban allí y así los obligó a dispersarse por el mundo. Eso era lo que tenían que hacer, esparcirse y poblar la tierra. Es así como nacieron los distintos idiomas del mundo (Génesis 11:1-9). Sin embargo, en medio de tanta confusión y desorden, nuestro amado Dios dejó una palabra conocida por casi todos los diccionarios del mundo para que cuando la pronunciáramos no importa qué idioma hablemos, todos supiéramos exactamente de qué estamos hablando.
Entre artículos, papeles, comentarios y diccionarios, hallé esa palabra cuya sencillez y singular belleza me cautiva, hace vibrar las fibras más íntimas de mi ser, arrancando desde lo más recóndito y profundo, la melodía que esta alma rota no sería capaz de ejecutar: “Aleluya”.
“Alabado sea Dios” significa. Jorge Federico Haendel le dedicó una de las composiciones musicales más bellas y majestuosas como jamás hemos oído en nuestras vidas.
“No hay palabras, no hay música para expresar tu grandeza” dice acertadamente una bellísima canción cristiana. La palabra “Aleluya”, pronunciarla o tan sólo pensar en ella, me trae paz y serenidad. Me acerca a la dulce y cálida presencia del Altísimo sin importar por lo que esté pasando.
¡ALELUYA!
Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para Mensajes de animo.com
Lo repito a cada momento
Alleluya!