Como la Mariposa
En cierta oportunidad, un hombre vio una mariposa a punto de salir de su capullo. Con denodado esfuerzo, el pequeño insecto se retorcía y forcejeaba con ímpetu, hasta agotar sus fuerzas, para romper la envoltura y emerger con toda su belleza y esplendor.
El hombre que la miraba con atención, sintió pena por ella y decidió, entonces, hacer algo por la mariposita. Con mucho cuidado para no dañarla, rompió el capullo para ayudarla a salir.
Pero su sorpresa fue tan triste como lo fue su decepción. Cuando el pequeño insecto salió de su capullo, no tenía los vistosos colores de las mariposas y tampoco tenía las fuerzas para volar. Su vida recién comenzada ya se estaba extinguiendo poco a poco. Rato después, luego de una intensa agonía, murió sin haber volado ni desplegado sus majestuosos colores.
¿Qué es lo que había sucedido?
Justamente el intenso esfuerzo que hacen las mariposas para romper su capullo y salir, es lo que las “entrena” y les provee las fuerzas para volar. Asimismo, es esa lucha por emerger de su natural envoltura la que hace que aparezcan los bellos colores y motivos en sus alas. Una mariposa sin ese trance previo del momento de salir de su capullo, muere sin fuerzas ni hermosura.
Y esto es justamente lo que ha hecho Nuestro Amado Señor con nosotros. Me emociona y me da gozo pensar en esto, ya que me ayuda a comprender al menos en parte, por qué Nuestro Señor permite con frecuencia dificultades y tribulaciones en nuestras vidas. Y es que sin esfuerzos sucumbiríamos sin pena ni gloria en un mundo corrupto y caído.
Dios tiene el poder para romper el capullo que tantos dolores de cabeza nos da. Sin embargo, es gracias a esas dificultades, que nos hemos de transformar en esa mariposa que deslumbra con la exquisita belleza de la Gracia de Dios y alegra la vida con el colorido de su dulce Espíritu a quienes nos rodean y son ministrados a través de nuestras vidas.
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.
(Romanos 5:1-5 RV60)
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com