Cuando todo se ve mal… ¡Alaba!
Cuando daba mis primeros pasos en el camino del Señor, a mis jóvenes 19 años de edad, me reunía en una pequeña congregación donde la asistencia un domingo a la noche podía ser en aquella época de unas veinte o tal vez treinta personas.
Entre mucha gente linda que conocí allí -algunos de ellos son mis amigos hoy, a treinta años de ese entonces- había una amada y por cierto, pintoresca hermana. Digo “pintoresca” en el mejor de los sentidos de la palabra, con mucho amor y respeto, mas no en tono burlón. Ella era muy especial. Mujer mayor, de gran corazón y de expresiones muy originales y sin preocuparle en lo más mínimo qué dirían de ella. Auténtica y original por donde sela mirara. Aveces incurría en actitudes y dichos graciosos, producto de su espontaneidad y desenfado, aunque ella estuviese hablando muy en serio. Hoy descansa en la Gloria junto a Nuestro Señor.
Cuando se hablaba desde el púlpito de algún infortunio o hecho lamentable, como un accidente, enfermedad o una muerte, una de sus expresiones características para estos casos, era “-¡Ayyy! ¡Alabado sea Dios!!”.
Imagínense la escena: Un saloncito pequeño, con unas veinte personas todas sentadas y calladitas escuchando atentamente el sermón, donde el púlpito está al mismo nivel de los oyentes y a escasos cinco ó tal vez seis metros de la última fila de asientos… irrumpe en medio del silencio tras darse a conocer la mala noticia, un sonoro y espontáneo “¡Ahhh! ¡Alabado sea Dios…!!!”
Muchos recuerdos lindos tengo de ella y de su hermosa familia, pero este ha sido especialmente recurrente en mi mente durante todos estos años. Hace poco, escuché un sermón que tenía mucho que ver con esto y no solamente movilizó dentro mío otra vez el recuerdo de sus expresivos “¡Alabado sea Dios!”, sino que a buena hora vine a comprender el alcance de su significado y efecto. Personalmente ignoro si ella lo haría con conocimiento de causa o se trataba de una expresión espontánea surgida de su corazón sincero delante de Dios. Lo cierto es que en medio de las dificultades, le iba bastante mejor que a todos nosotros.
¿Secreto? ¿“Receta mágica”? ¡De ninguna manera!
El mensaje que escuché hace poco se resumía en estas palabras: “Cuando las cosas vayan bien, ¡Alaba!; cuando las cosas vayan mal ¡ALABA!!!”.
Durante mucho tiempo, viví en una situación terrible. Vivía frustrado, triste, depresivo, enojado conmigo mismo, con todo y con todos. Tan es así que en muy poco tiempo bajé quince kilos de peso. El aparente origen de todo eso era mi situación laboral. Hace poco pude comprender que no fue esa la causa.
Tenía un trabajo con un horario muy cómodo de lunes a viernes desde las 9 AM hasta las 7 PM que me permitía ejercer mi ministerio, estudiar, estar con mi familia y hacer otras actividades. La paga era puntual y estaba bastante más arriba de lo que ganaban otros en un puesto similar. Pero allí había maltrato, más tentaciones de las que mi alicaído espíritu podía ser capaz de soportar y una “presencia” que me inspiraba gran temor. Cuando me quedaba solo a la hora de irme, apagaba todas las luces rápidamente, digitaba la clave del sistema de alarma y cerraba las puertas tras de mí, huyendo de esa “presencia”. Era tan clara, evidente y tangible, que me parecía que iba a estirar una mano en medio de la oscuridad y la iba a poder tocar… o que iba a alumbrar con la linterna hacia el medio del enorme galpón y la iba a ver…
Por cierto… a poco más de un año ya, de haber dejado aquél lugar; es la primera vez que digo algo al respecto públicamente. Pero algo recordé: es que mi corazón no alababa. Muy lejos de esto, lo normal y habitual era que las primeras palabras que pronunciaba a la mañana temprano al levantarme fueran un exabrupto poco feliz que maldecía y marcaba en esa tónica todo el resto del día.
¿Y por qué alabar? No se trata de un “ritual de buena onda y optimismo”
Así como Dios dice:
Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
(Mateo 18:20 RV60)
En un mismo sentido también dice:
Proclamaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré. ¡Alaben al Señor los que le temen!
¡Hónrenlo, descendientes de Jacob!
¡Venérenlo, descendientes de Israel! Porque él no desprecia ni tiene en poco
el sufrimiento del pobre; no esconde de él su rostro, sino que lo escucha cuando a él clama.
(Salmos 22:22-24 NVI)
No se trata de un sentimiento. Se trata de una decisión; toda vez que Dios está y responde en medio de la Alabanza.
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.mensajesdeanimo.com