El idioma de la muerte
No sé si has tenido temporadas como las mías, pero a ratos además de la exagerada gratitud que hay en mi corazón por aquello que adorna mi vida y el uso de un lenguaje lleno de vida y esperanza, se asoma un idioma mortal y que oscurece todo aquello que ha sido llenado de luz. Es el idioma de la muerte.
El idioma de la muerte es algo así como un succionador de las alegrías, de las esperanzas y de los sueños. Aleja de ti la visión positiva ante la vida y te llena de amargura y desazón. Este idioma tú y yo lo hablamos, a ratos lo dominamos muy bien pareciendo hasta bilingües, y en otros momentos no lo practicamos casi olvidándolo por desuso. Este idioma que tenemos en común es la queja.
Quejarse es una práctica presente en nuestra cultura. Si vemos las noticias todo es, implícitamente, quejas. Si conversamos con alguien en la calle o en los medios de transporte, de seguro nos transmitirá algún comentario quejumbroso sobre tal o cual situación, personal o de alguien conocido. La queja está en todos lados, en la calle, en el centro comercial, en los hospitales, en los cementerios, en los lugares de entretenimiento, no hay lugar que no haya sido alcanzado con ella. Si la queja fuera una persona, tendría una infinidad de timbres en su pasaporte puesto que trasciende las fronteras y la cultura. Lamentablemente, es la costumbre que compartimos con todas las naciones y pueblos.
Esta queja tiene un origen desde antes de nuestro nacimiento e incluso concepción. Existió alguien que en algún momento se quejó por no ser tan poderoso como Dios, siendo una de las creaciones más bellas, se resistió a tener que someterse a la autoridad divina y decidió realizar una especie de motín saliendo del lado del Padre y transformándose en el gran enemigo del hombre. De Luz Bel, pasó a llamarse Lucifer. El primer quejumbroso de la historia. Desde allí se origina la queja como la conocemos hasta nuestros días.
Cada vez que tú hablas este idioma, hablas el idioma de la muerte, la muerte no puede hablar optimismo y felicidad, porque no los conoce, no puede edificar, porque no sabe hacerlo. Cada vez que nos quejamos estamos más cercas de la muerte que de la vida. Y por favor yo no estoy diciendo que no nos podemos quejar de nada, absolutamente no. Si te dan un producto en mal estado en una tienda comercial tú debes presentar un reclamo, pero eso es distinto a la queja. La queja no tiene destinatario ni se espera que alguien la reciba, es como una manifestación al aire de situaciones, eventos ,objetos, personas o lo que sea que me molesta y que ni siquiera lo digo para que algo cambie, si no por el simple placer de quejarme. Y si nos acostumbramos a esto luego es muy difícil dejar de hacerlo.
Estoy segura que tú y yo conocemos gente que se queja todo el día, por el trabajo que tiene, por el jefe, porque está cansado, porque no quiere trabajar más, porque le escasea el dinero, porque no puede comprar lo que quiere, y una infinita variedad y matices en esta práctica hacen que esta persona experta en el idioma de la muerte sea un personaje bastante poco deseable y amigable. Nadie quiere estar al lado de un eterno quejumbroso. Este idioma agota, este idioma mata.
La próxima vez que sientas un deseo profundo de quejarte, hazlo al revés, piensa en aquello por lo que no te quejarías y al motivo de tu queja asígnale el valor que corresponda, ni más ni menos. Antes de comenzar la queja piensa en cómo podría resolverse la situación, y si no se pudiera resolver, en qué podrías decir de ella para que suceda de esa manera.
Nuestro lenguaje crea realidad, la crea todos los días y en cada momento. Mucho de lo que somos es producto de lo que hemos declarado. Yo no sé tú, pero no quiero hablar como la muerte, yo quiero hablar vida, quiero hablar gratitud.
Autora: Poly Toro
Escrito para www.mensajesdeanimo.com