La última casa del carpintero
Cuenta la leyenda sobre un viejo carpintero que un día decidió retirarse de su actividad. Así es que se lo comunicó a su jefe, argumentando que necesitaba estar más tiempo con su familia.
El jefe se entristeció mucho con la noticia, porque aquel artesano había sido su mejor carpintero. Entonces decidió pedirle un favor: antes de retirarse, construya una última casa.
El carpintero aceptó la propuesta, aunque no de tan buena gana, y así comenzó la construcción. Mas, a medida que trabajaba, sentía que su concentración, voluntad y corazón no estaban de lleno en la obra. Es más, no le nacía poner el esfuerzo y la dedicación que lo había distinguido en otros trabajos anteriores, en donde cada casa la había construido con gran esmero.
Cuando el carpintero terminó la casa, su jefe vino hasta él muy contento, y le entregó la llave de aquel inmueble, diciéndole: “Maestro, esta casa que acabas de construir es tuya; es mi regalo para ti y tu familia, por tantos años de buen servicio”.
El carpintero se sintió profundamente avergonzado consigo mismo. Y es que si tan sólo hubiese sabido que estaba construyendo su propia casa, la hubiese hecho de la mejor manera.
Dilectas visitas: Lo mismo podría pasar en el diario convivir. Construimos nuestra existencia, pero sin poner los mejores materiales, y la mejor mano de obra en su edificación. No buscamos de Dios un propósito, una meta, un ideal para nuestra vida; transcurrimos por el mundo como veletas, girando según la dirección de los vientos. Tampoco nos preocupamos en la calidad de lo que sembramos, olvidando que se cosecha lo que se planta. Y más tarde, al final de la vida, cuando vemos que el balance no es bueno, quisiéramos regresar el tiempo, empezar de nuevo, pero ya es demasiado tarde.
No nos cansemos entonces de pedirle a Dios dirección y discernimiento para que dirija la construcción de nuestra vida conforme a Su Palabra y santa voluntad.
“… para que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1:10)
Autor: William Brayanes
Escrito para www.mensajesdeanimo.com