No es momento de rebasar
“Al Señor esperé pacientemente,
y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor”.
(Salmos 40:1)
Viajaba alguna vez con los míos rumbo a un sitio de diversión familiar. Habíamos salido con retraso y teníamos prisa por llegar . Por ello íbamos a una velocidad no tan moderada ni aconsejada por la prudencia.
Mas, en determinado sitio, y al iniciar una larga y accidentada pendiente, nos tocó ser parte de una numerosa hilera de carros, lo que obligaba a mermar la velocidad, en consideración a un pesado camión de carga que avanzando en forma lenta, encabezaba la hilera.
La tarde era calurosa, el aire enrarecido, y el ambiente se volvía pesado. La fila de vehículos nos parecía infinita, tanto que empezamos a molestarnos, agregando que ni siquiera podíamos rebasar, porque el camino estaba plagado de curvas, lo que volvía imposible ver los automotores que venían en dirección contraria.
Entonces los adjetivos para el conductor del camión eran parecidos a: “pachorro”, “camarón”, “tortuga” “paquete”, “lenteja”… todos ellos aplicables en nuestro país, a una persona lenta, inexperta.
Nuestra mortificación en esos instantes hizo que perdamos el disfrute del viaje; y que pensemos en la posibilidad de arriesgarnos a rebasar. Lo estábamos considerando seriamente, cuando de pronto el chofer del camión sacó su brazo por la ventanilla, y agitando la mano, indicó simbólicamente que no venía ningún auto de frente, y que por lo tanto podíamos rebasar.
Así fue, pasamos, pero al hacerlo todos los pasajeros –como si nos hubiésemos puesto de acuerdo- lanzamos lo que cada quien consideraba nuestra peor mirada, y nuestro más ofensivo gesto. Luego seguimos con normalidad el camino hacia nuestro destino.
Queridos amigos: este suceso que parecería intrascendente, nos permitió años después –al conocer la Palabra de Dios- compararlo con la existencia diaria, encontrando que muchas veces vamos por la vida , vertiginosamente, a un ritmo fuera de lo permitido por las leyes de Dios; y que estamos tan centrados en el objetivo de llegar a la dicha, el placer o la felicidad anheladas, que nos perturba la presencia de todo lo que vaya delante nuestro, incluido Dios: el conductor del gran camión.
Pues debemos entender que el Señor, al obligarnos a mermar nuestro ritmo, no lo hace con el propósito de perjudicarnos, sino de direccionar nuestro paso, ayudarnos a avanzar lenta, pero exitosamente hacia la meta; y evitarnos cometer desaciertos, equivocaciones o errores, originados por la prisa de llegar.
¿Estás tú: confiando, obedeciendo y esperando en su Santa Voluntad?.
“Encomienda al Señor tu camino,
Confía en Él, que Él actuará;
hará resplandecer tu justicia como la luz,
y tu derecho como el mediodía”.
(Salmos 37:5,6)
Autor: William Brayanes
Escrito para www.mensajesdeanimo.com