El día de ayer estábamos con mi colega trabajando y su celular comenzó a hacer un ruido muy extraño, como el de la sirena de un carro de bomberos, cuando mirabas el celular decía: “Presidential alert”. Ustedes comprenderán que ante eso las conjeturas que emergieron fueron diversas. Lo primero que pensamos fue que era un virus o una falla del sistema operativo del teléfono. Sonó una seis o siete veces hasta que mi colega decidió llamar a servicio al cliente para saber lo que ocurría. La operadora le comunicó que era una prueba que estaba realizando el gobierno para poder dar las alertas de tsunami por mensajes al celular de los chilenos, en caso de que nos viéramos afectados nuevamente por la tragedia del 27 de febrero del año 2010.

Cuando nos dieron esta respuesta comenzamos a pensar cuál era la zona segura a la que nos deberíamos dirigir en caso de que la alerta fuera real y cuánto nos demoraríamos en ello, los efectos que tendría en los niños y niñas con quienes trabajamos una noticia así y las ganas de correr a nuestro hogar que nos darían. En fin, nos dábamos cuenta que ese lugar era seguro sólo físicamente, puesto que nuestros corazones estarían inquietos de igual manera.

Conozco un lugar seguro en donde hay paz física y mental, un lugar en el que te puedes refugiar y nunca más sentirás esa sensación de indefensión o vulnerabilidad. Este lugar no requiere de mucho desplazamiento de tu parte ni de mucha energía, por el contrario, necesita que te dejes proteger y cobijar. Este lugar son los brazos de Jesús.

En un mundo donde todo es incertidumbre, en un país como el mío, que quedó marcado en su historia como uno de los escenarios donde ocurrió uno de los terremotos más fuertes registrados en los anales de los sismos, tener un lugar seguro no deja de ser vital y trascendente. Pensar en adquirir un búnker (sí, la gente comenzó a comprarlos) y un buen seguro de vida pareció ser la práctica más eficiente para quienes no tienen otro lugar seguro, pero estoy clara que los brazos de Jesús son el mejor búnker y el mejor antisísmico que podamos adquirir, y lo mejor de todo, es que nosotros no lo compramos, Él mismo lo compró y nos lo ofrece para que podamos vivir tranquilos. Como buen judío, Jesús fue un GRAN comerciante y negociador.

Los brazos de Jesús te ofrecen tranquilidad en la tormenta, suelo firme en el terremoto de tu vida y una tierra seca en el tsunami de tus decisiones. Te ofrece también la libertad de quererlo o no, no es como el cargo obligatorio de una tarjeta de crédito o de una tienda comercial en que nadie te pregunta si quieres cancelarlo o no. Jesús no es así, Él no te obliga a nada, Él sólo despliega sus acogedores brazos y te invita a acercarte, es más, te invita a acercarte para que veas si Su abrazo te gusta o no, te acomoda o no, y si no te acomoda, te espera hasta que los quieras recibir, y si vuelves, no te pregunta ni reprocha nada. Ese es Jesús, no el personaje mítico de pelo largo y ojos claros que sale en las películas de semana santa. Ni el pulverizador que con su dedo poderoso manda rayos del cielo para que te castigue cuando te equivocas, ese no es Jesús, ese es el que la religión ha querido que tú creas que es para mantenerte cautivo por el terror.

Jesús no aplica la cultura del terror, Él envía señales de alerta como la que llegaba al celular de mi amiga, pero adicionalmente te entrega la zona segura para que te puedas cobijar del temor que te pueda producir la noticia. Él no tira la piedra y esconde la mano, como dice el dicho popular, Él ni tira la piedra ni esconde la mano, Él detiene las piedras con Sus propias manos, para que las piedras pasen a través de Sus heridas. Ése es Jesús, esa es mi zona de seguridad.

Autora: Poly Toro

Escrito para www.mensajesdeanimo.com